jueves, 26 de mayo de 2011

PICARO MODERNO - Ganarse la vida hundiendo la de una estrella adolescente

Entienda que no he llegado hasta aquí ni por suerte ni por trampas. Que yo he trabajado mucho para estar aquí, y recuerde, señor Inspector, que antes de venir aquí tuve que arrastrarme por los suelos de la casa de quien no merecen que le limpien ni el nombre.

Ya le he contado que cuando acabé de estudiar, yo era aun muy joven y me vi obligado a buscarme la vida como pude. Podría haber hecho mil cosas mucho peores y haber conseguido mucho más dinero, pero elegí por no decepcionar y así fue cómo conseguí entrar a trabajar a la casa de aquella actriz adolescente que usted bien conoce. Aquella niñata se buscaba más problemas de los que podía solucionar, y mi único encargo era alejar a los curiosos y a los paparazzi cada vez que ella se acercaba al alcohol y a los coches en la misma noche.

Por este trabajillo ganaba bien poco, pero debo decir que lo hacía bastante bien. Pero aun así no era suficiente y me recortaban el sueldo, muy sospechosamente, cada vez que a la niña se le cargaba una deuda.

Comprenda, Señor Inspector, que yo me cansase de un trabajo tan aburrido y tan poco justo. Tenía que buscar otros métodos . Tenía suficientes motivos para sacar a la luz que yo poseía debido a mí cercanía con la actriz. Muchos de mis compañeros, que ahora me acusan, fueron quienes me aconsejaron hacerlo, y es más, fue la estilista de la niña quien me facilitó ciertas imágenes, que yo me en la tentación de ofrecer amablemente a aquellos señores de la prensa , y yo no fui culpable de que las publicasen en medio mundo. Además, me ofrecieron una generosa cantidadde dinero, que me impulsó a seguir vendiendo informacione s parecidas, no tan solo a la prensa, si no también a grandes empresarios del cine y personalidades importantes que, qué culpa tengo yo, acabaron con la carrera de la niña ( y bien que se lo marecía).

Así, mientras que bajaba la fortuna de la ex-millonaria, la mía ascendía. Era para mi supervivencia y la de la familia. No dirá que no hay razón más justa que esa. Además me estaba ganando muchos amigos importantes entre los mandamases de la prensa rosa. Así fue como uno de ellos, el que más me valoraba, me ofreció un puesto de trabajo que consistía más que nada en fisgonear y trapichear en las casa de jovenes estrellas. Un trabajo legal y mucho mejor pagado.

Comprenda, Señor Inspector, que yo no he hecho nada que no sea absolutamente normal en el mundo de la fama, y qué, según mi opinión, ningún abogado de ninguna niñata alcoholica a la que le pesan las deudas y se le ha hundido su carrera antes de los veinte años por acostarse con medio mundo cuando estaba medio colgada, está en disposición de acusarme de nada.

Claro que, Señor Inspector, usted tiene la última palabra.